Eternos
- Enrique Buendía
- 3 nov 2024
- 2 Min. de lectura

El biocentrismo es una posición metafísica que justifica, sin demostrar, que nadie muere, que seguimos líneas continuas y que en una realidad de universos paralelos, bien podríamos tomar bifurcaciones interminables dejando tras de sí, en cada una de ellas, personas y conocimientos de vidas anteriores. Desde este punto de vista, morimos para los demás pero nunca para nosotros mismos.
En su libro, "Sombras de la mente", Roger Penrose, celebre astrofísico y colaborador de Stephen Hawking en el descubrimiento de los hoyos negros, argumenta que la consciencia es el resultado de un proceso cuántico dentro de los microtúbulos de las neuronas. De ser así, el pensamiento, y en consecuencia, la realidad que percibimos, estaría definida por las leyes de una física que es probabilística, en vez de determinista. De ser así, entenderíamos que la conciencia es no local, y que aunque el cuerpo muera, la consciencia perduraría y podría ser trasladada al infinitum, a distintas entidades además de las humanas. La mente estaría antes que el cuerpo, la vida no es la consecuencia de interacciones de una maquinaria obsolescente, por el contrario, la consciencia es la que imagina a la materia y la crea.
Encuentro liberadora esta conclusión, porque nos permite vivir sin temor y enfocarnos en el verdadero sentido de la vida. Ya no se trata de perpetuar por perpetuar, sino de mejorar en cada vida que nos toca repetir, para finalmente liberarnos de este ir y venir sin fin, como lo señala desde antiguo, la rueda del Samsara.
Aunque he de admitir que esto también tiene su lado tenebroso, porque si la muerte y la vida son dos caras de la misma moneda, si la muerte no existe, entonces la vida tampoco y eso nos propone a una nueva definición de la vida.
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